Se entrena en Budapest y es el primer suboficial de la escuela del Ejército clasificado a unos Juegos Olímpicos, los postergados de Tokio 2020. (Foto principal- El formoseño Villamayor cuando compitió en Lima).
Custodió las urnas en las elecciones presidenciales de 2011 y, a pesar del cansancio por haber pasado sus días y noches en una escuela de Buenos Aires aquel fin de semana de octubre, se despertó a primera hora del lunes y se dispuso a entrenar. «Actualmente soy el primer suboficial de escuela del Ejército que clasificó a un Juego Olímpico», comenta con orgullo el sargento Sergio Alí Villamayor.
Del otro lado del teléfono, en Hungría, la tonada formoseña se escucha intacta y no escapa a temas como el repudiado rol de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura. La desigualdad social lo impulsó a dejar su provincia siendo joven y si bien estuvo a poco de abandonar el deporte en 2014, la cuarentena por el coronovirus lo encuentra actualmente en Budapest, donde representa al club Honvéd gracias a un convenio. «Acá viven el pentatlón con la pasión de un Boca-River», fundamenta en diálogo con PáginaI12 alguien que asegura mirar, escuchar e imitar a los referentes para alcanzar su mejor versión en Tokio.
- ¿Por qué decidiste tatuarte una foto en la que aparecés junto a tu hija?
- Sólo mi círculo íntimo lo sabe: el 2014 fue un año muy duro en lo deportivo por la incertidumbre que genera la paternidad. No sabía si alcanzaría la plata y hasta sentí que iba a tener que dejar el pentatlón, pero todo se terminó cuando nació Panna. La vi sonreír y todo lo malo desapareció, fue como que se me abrió el mundo. En la foto que me tatué parece que yo la llevo de la mano mientras aprende a caminar, pero en realidad ella es la que me sostiene desde que nació. No sabía si iba a seguir en el deporte y ella, junto a mi esposa (Lantos Imola), terminaron siendo mi bastón. Son mis compañeras.
- ¿Cómo se vive la disciplina en Hungría, donde estás con ellas?
- Este es uno de los países con más medallas en pentatlón moderno tanto en Olimpiadas como Mundiales. La disciplina es muy popular y hay competencia a nivel de clubes. Justamente antes de Lima 2019 logramos salir campeones nacionales por equipos después de varios años y se festejó mucho. Se vive con pasión, como un Boca-River, por eso no es casualidad estar acá ni es la primera vez, queremos alcanzar buenos resultados. Hago base acá y comparto equipo con Ádám Marosi, el húngaro bronce en Londres 2012.
- ¿Pensaste en volver cuando Argentina cerró fronteras y empezó a repatriar?
- Tenía todo planificado para volver después de Tokio. Hungría es uno de los países menos afectados y de hecho yo estuve entrenando con normalidad durante todo el tiempo de la cuarentena, que por cierto ya se está levantando. Si bien el club cerró las puertas en general, se mantuvo abierto para los deportistas clasificados a los Juegos Olímpicos y también para aquellos con chances de lograr la plaza. Avisé esto y me recomendaron quedarme. No tengo excusas: Si bien hay pasión, este también es mi trabajo. Para esto se invierte mucho dinero y si el país requiere mis servicios, tengo que estar listo a pesar de que todavía no están confirmadas las competencias.
- Si te encontraras acá, ¿te habrías adaptado como lo hicieron tus colegas?
-Claro o también me hubiese adelantado y habría viajado a donde viven mis padres en Formosa, que es campo. En la escuela militar me decían que era «ventajero» porque me adelantaba a lo que iba a pasar y ganaba tiempo. Con mi psicólogo (Raúl Barrios) descubrí que eso es algo que a veces me juega en contra en las competencias. Tengo que controlar mi cabeza para traer los pensamientos al presente y estar enfocado, sin irme a lo que podría suceder en el futuro. Desde el 2007 que estoy en el pentatlón, pero a la cabeza recién la trabajo desde hace dos años. Antes de eso mi entrenador (Guillermo Filipi), compañeros y mi esposa me insistían, pero yo me resistía.
- Mejoraste y con el histórico bronce en Lima 2019 clasificaste a Tokio, ¿y ahora qué?
- Busqué entrevistas a hombres y mujeres que obtuvieron buenos resultados en pentatlón olímpico y me encontré con la historia del mexicano Ismael Hernández, bronce en Río 2016. En la previa le preguntaron cuántos Juegos se necesitan para ganar una medalla y respondió ‘uno solo’. Fijate qué importante es la cabeza: Fue a Brasil convencido de que el podio era para él y de ahí sacó la fuerza de voluntad. Además planteó que el éxito no es la medalla, sino lograr tu mejor resultado. Lo mismo me había planteado mi señora después de Lima. En Tokio buscaré mi mejor resultado y si viene la medalla, estaré más feliz.
- Si vamos al inicio de todo, ¿cómo llegás al pentatlón y cuán ligado está eso a lo militar?
- Yo no entré al Ejército para ser deportista. A mi me pasó lo que le pasa al 70 por ciento de los jóvenes en Formosa, que se van por necesidad. Mi papá es excombatiente de Malvinas y no quería que entraramos, quería que estudíáramos y tuviéramos un título, pero los hijos nos revelamos a veces. Entré para hacer carrera y conocí el pentatlón. Después el Comité Olímpico se contactó para que me dejaran competir representando al país y quedé fuera de las actividades militares. En el 2007 nosotros nos pagábamos los viajes, pero cuando apareció el Enard y las becas, la disciplina empezó a crecer en el país. Hoy soy el primer suboficial de escuela del Ejército que clasificó a un Juego Olímpico.
Entonces si bien existe un «pentatlón militar», también se practica mucho en lo civil. - Hay un equipo de pentatlón militar desde siempre y en el Ejército existe el ‘moderno’ desde hace poco. La disciplina creció un montón y hay muchos pibes que lo practican en el interior. En esto tiene mucho que ver la búsqueda de talento que aplica el Enard en la previa a los Juegos de la Juventud. La mayoría piensa que al Ejército lo manejan los militares, pero en realidad no es así. El Ejército pertenece al Estado, por eso cuando el COA pide que cedan a un deportista, lo hacen. Además, hay varios atletas de otras disciplinas que reciben la ayuda del Ejército de esta manera. Son como convenios.
-¿Llegaste a participar de las misiones que suele tener el Ejército?
- Nos enseñan desde el primer día que el Ejército depende del Estado y nuestro jefe es el Presidente. No podemos opinar ni hacer política, cumplimos órdenes como por ejemplo ir a repartir comida o cuidar las urnas, como me tocó hacerlo en 2011. En aquellas presidenciales estuve en una escuela de Buenos Aires desde un viernes hasta el domingo. Nos pasaron a buscar en la madrugada del lunes y en la mañana fui a entrenar. En ese entonces cumplía con las dos responsabilidades hasta que me permitieron dedicarme al deporte, por eso soy un agradecido. Sigo siendo de carrera y el día que me retire, volveré a trabajar a la par de mis compañeros.
¿Cómo reflexionás en lo personal el rol de las Fuerzas Armadas en la última dictadura cívico-militar?
-Mi papá siempre me dijo: lo mejor que te puede pasar en la vida es irte a dormir tranquilo sabiendo que nadie te señala con el dedo. ¿Por qué digo esto? Cuando me fui de Formosa por necesidad, empecé en la Institución como aspirante y me dolió mucho que en el tren me gritaran «facho» o «asesino» por ir vestido con el uniforme. Yo a esa etapa no la viví y no me siento identificado. Duermo tranquilo porque sé cómo soy y cómo pienso. No estoy a favor de ninguna dictadura y obviamente eso no estuvo bien. No estoy a favor porque creo en la libertad. Soy partidario de la libertad. Soy deportista y debo ser cuidadoso, hablo con respeto para que nada de lo que digo se tome a mal. Si alguien piensa que soy facho o estoy a favor de una dictadura por agradecer al Ejército esta oportunidad de ser deportista de alto rendimiento, se equivoca.