BOXEO
(Por Gustavo Nigrelli-Diario Popular) ¿Fin de Era? ¿Mal fallo? ¿Ley de la vida? La sorpresiva derrota de la Tigresa Acuña el viernes pasado en Hurlingham ante la Bonita Bermúdez dejó una reflexión que va más allá de lo convencional, y que contrariamente a lo que experimenta el primer sabor de boca, refuerza su mito. Sépase por qué
Si hay alguna verdad absoluta en el universo y una Ley fundamental, es la finitud de sus cosas, el límite, la caducidad, el deterioro y la muerte de todo ser viviente con su apogeo.
Cómo explicarle a la Tigresa Acuña tras su derrota ante la santafesina Daniela “La Bonita” Bermúdez –quizás injusta, o al menos, más pareja que lo que reflejaron los guarismos-, que fue un resultado lógico, perfecto, y que hizo honor a su singular historia.
Cómo hacerle entender que con ella particularmente, los jueces siempre fueron o quisieron ser extremadamente “justos”, tirando a severos.
Que jamás le han perdonado “una”, y que nunca le regalaron nada, salvo una vez, en la noche del Luna Park ante la jamaiquina Alicia Ashley, aunque después de haberla robado antes, también en su propia casa.
Posiblemente eso la rebele. Seguramente, al escuchar el fallo el viernes en el ring de Hurlingham ante la Bonita, esperaba al menos, como piso, un empate –matemáticamente viable- para quejarse otra vez de los jueces -que nunca la favorecen-. Y en el mejor de los casos, algún regalito como para devolverle todo lo que ella hizo por el boxeo femenino.
¿Pero una derrota, por 4 y 6 puntos como las tarjetas de Rilo y Vainesman? Fue una ofensa, para lo que no estaba preparada.
Mala lectura de la Tigresa, nada fácil de explicar. Es que aún no entendió que para ella no aplican las generales de la ley.
Ella no es ídola, ni figura, ni negocio, ni nada. Ella ES el boxeo femenino, y todo lo que sobre ella acontece queda registrado por siempre en el invisible libro de la historia.
Por lo tanto, todo en su contexto adquiere un carácter virginal, primerizo, único, sagrado, de lo cual ni ella misma es plenamente consciente.
Tal vez haya perdido ante Bermúdez. Al menos en lo abstracto, en la percepción sensorial, ya que dominaron la mitad de los asaltos cada una, aunque los de la Bonita parecieron más contundentes. Pero quedarse en eso es quedarse en lo chiquito, en la anécdota efímera, máxime a sus 41 años, cerca de un lógico y también anecdótico retiro, después de haberlo obtenido todo.
La Tigresa ya no gana ni pierde, porque ella compite contra sí misma. Es ella contra su Frankenstein, que es el boxeo femenino, al cual creó, y del cual todas las boxeadoras son sus hijas.
Es natural que un día la madre envejezca y la hija la suceda. Lo que uno ignora es cuándo comenzará a pasar esto, que se da siempre, pero tan imperceptiblemente que pareciera que nunca irá a pasar, y que cuando se insinúa afecta al ego más que a lo profesional, o a lo económico, y que por defender el ego se la emprende contra los rivales de turno a quienes les tocó colaborar con el contexto.
Si ella supiera que ya no gana ni pierde, porque es imposible que gane más de lo que ganó, y que pierda algo más que una simple pelea en un fallo discutible, quizás no compartido, pero honesto por los cuatro costados. Si ella supiera…
Es cierto que físicamente se la vio débil, cansada, sin potencia, y en lo estratégico, sin un plan B que acuda en su ayuda si fallaba el A, aunque el A se basara sólo en la convicción de saberse superior, con lo cual bastaba, y no en algún golpe, alguna distancia, o alguna estrategia defensiva que le marque el mejor camino.
Eso en el caso de que aún le quede hilo en el carretel del boxeo, cosa que ella sabrá mejor que nadie. Pero eso es lo chiquito, lo fugaz, lo demasiado terrenal.
Lo importante es lo otro, el fondo. Su obra, lo que no muere en una pelea, victoria o derrota, título o súper título. Es el orgullo de haber hecho las cosas tan bien como para dejar herederas potables, examen que aprobó sin darse cuenta, y que se logra al cumplirse el ciclo de la vida, que es cuando la alumna supera a la maestra.